miércoles, 6 de noviembre de 2019

ECONOMÍA SOCIAL: La economía social y solidaria ante la pobreza


La economía social y solidaria ante la pobreza
Por José Luis Coraggio

La pobreza para la Economía Social y Solidaria (ESS)

Para la Economía Social y Solidaria (ESS) la pobreza fundamental y las políticas para enfrentarla tienen que ver con satisfactores, que van más allá del acceso a bienes como condición material de la vida. Esto implica que la pobreza no es solamente un asunto privado, de consumo insuficiente por insuficiencia de ingresos o de recursos productivos, sino un asunto de relaciones sociales en cuyo interior circulan y adquieren sentido social los bienes y servicios. Y que la economía, lejos de ser una esfera separada de la sociedad, debe estar subordinada, integrada a esta. En ello juega un papel fundamental la política, el contenido del poder y su ejercicio.
Resolver la pobreza definida como carencia de bienes y servicios puede basarse exclusivamente en hacer progresivo el principio de redistribución de la riqueza, pero no puede limitarse a eso, menos aún cuando es mínima y sólo se refiere a transferir ingresos monetarios. Para la ESS esa redistribución debe combinarse con un progreso en relación a otros principios de organización social de la economía, entre los cuales destacamos:

I) Organización de los procesos productivos: mejoramiento en las condiciones de trabajo de los asalariados e impulso a las formas no subordinadas de trabajo, como la producción familiar o comunitaria para el autoconsumo, el trabajo asociado autogestionado, y en general lograr una relación no extractivista del trabajo con la naturaleza, respetuosa de los equilibrios ecológicos.

II) Apropiación/distribución social: reapropiación del conocimiento y de los medios de producción, en particular la tierra, a favor de los trabajadores; reconocimiento de formas no privadas de propiedad y usufructo, por ejemplo las tierras comunales.

III) Circulación: afirmación de redes de reciprocidad y solidaridad; promoción de formas de comercio y términos de intercambio justos, desplazamiento de las relaciones entre mercancías y la competencia por relaciones intersubjetivas de complementariedad.

IV) Consumo: afirmación del consumo responsable por sobre el consumismo.

V) Coordinación: afirmación de formas de coordinación comunitaria, participativa o estatal por sobre la autorregulación del mercado.

Algunos ejemplos de ESS a distintos niveles de acción

Para avanzar en dirección a otra economía, integrada solidariamente por la sociedad en base a la racionalidad reproductiva, las prácticas de ESS deben sostenerse y articularse, ganando sinergia y legitimidad social en tanto no intentan hacer aguantable la pobreza sino superarla estructuralmente.
Cuando examinamos el campo de prácticas que se autodenominan de ESS, diferenciamos tres niveles de acción:

a) El micro-socioeconómico, que impulsa formas económicas internamente solidarias, ya sea como las iniciativas desde la sociedad o a partir de planes públicos de promoción para organizar emprendimientos asociativos de producción destinada al autoconsumo (ej.: el Programa Pro-Huerta, organizaciones de producción asociada del hábitat como Tupac Amaru; las empresas recuperadas por sus trabajadores; el programa “Argentina Trabaja” de promoción de cooperativas); de circulación (ej.: asociaciones de comercialización conjunta, como las ferias de Misiones o el Mercado de la Estepa, o los nodos de trueque); de financiamiento (ej.: sistemas de finanzas solidarias), o de consumo (ej.: asociaciones de abastecimiento compartido). De hecho, estas iniciativas suelen estar focalizadas en los más pobres y excluidos.

b) El meso-socioeconómico, que promueve la formación de redes y asociaciones que expanden la solidaridad articulándose territorial y horizontalmente y más allá de cada unidad económica (ej.: cadenas de producción y comercialización como la Justa Trama (cadena solidaria del algodón agroecológico en Brasil), redes internodales de trueque, redes de comercio justo, asociaciones de segundo grado entre cooperativas, armado de mutuales extendidas, etc.).

c) El sistémico, que busca transformar macroestructuras que sientan bases para otro sistema económico, como las formas de reconocimiento jurídico de identidades y derechos de la propiedad (ej.: ley de bosques, reconocimiento de los territorios indígenas, la nacionalización de YPF o Aerolíneas Argentinas, las leyes y ordenanzas de economía social y solidaria, el monotributo social, etc.). Cuando de lo que se trata es de generar un sistema económico social y solidario, como indica la Constitución de Ecuador, entran entre las realizaciones eficaces de la ESS el rechazo al ALCA (Acuerdo de Libre Comercio Americano) y la profundización del Mercosur y de Unasur, la renegociación de la deuda externa y liberación de las tenazas del FMI y el Banco Mundial. Quedan grandes tareas, como la de una fuerte regulación del uso de la tierra que supere el extractivismo hoy reinante, o la priorización de la soberanía alimentaria. Sin duda que los ejemplos de Bolivia, Ecuador y Venezuela son paradigmáticos de procesos cuyo mandato constitucional es emprender cambios sistémicos bajo el lema de otra economía, comunitaria, social y solidaria o popular.

En nuestro país predomina un concepto de ESS restringido a acciones del primer nivel, aunque desde la sociedad y desde el Estado existen iniciativas al segundo y tercer nivel apoyadas en otros esquemas mentales. No ver todos esos niveles de acción como parte de un programa estratégico que debe tener coherencia intra e interniveles, puede debilitar la fuerza del conjunto de iniciativas y permite estigmatizar la versión débil y asistencial de la ESS como una salida temporal para los excluidos. En todo caso, lejos de atacar el problema estructural, la extensión de iniciativas a nivel micro-socioeconómico sólo puede atender a la pobreza de grupos particulares. Dentro de esto cabe incentivar las experiencias con alto potencial de pasar el segundo nivel (cadenas de producción y circulación, comunidades). Este nivel de redes es fundamental si surge de, o se dirige a colectivos con potencial para constituir sujetos de proyectos de transformaciones mayores, locales, regionales o de orden internacional. Poniéndolo en otros términos, para la ESS el sentido de las acciones al nivel micro se adecua si la mirada está puesta en el nivel meso, y el de ambos si se encuadran en estrategias de cambio sistémico.

martes, 5 de noviembre de 2019

SOCIOLOGÍA. Arturo Jauretche: El medio pelo en la sociedad argentina


ARTURO JAURETCHE (1966):
(Fragmentos)
“El medio pelo en la Sociedad Argentina (Apuntes para una sociología nacional)”

IDENTIFICACIÓN DEL MEDIO PELO
En principio decir que un individuo o un grupo es de medio pelo implica señalar una posición equívoca en la sociedad; la situación forzada de quien trata de aparentar un status superior al que en realidad posee. Con lo dicho está claro que la expresión tiene un valor históricamente variable según la sociedad donde se aplica. Medio pelo es el sector que dentro de la sociedad construye su status sobre una ficción en que las pautas vigentes son las que corresponden a una situación superior a la suya, que es la que se quiere simular.
Cuando en la Argentina cambia la estructura de la sociedad tradicional por una configuración moderna que redistribuye las clases, el medio pelo está constituido por aquella que intente fugar de su situación real a un sector que no es el suyo y que considera superior. Esta situación por razones obvias no se da en la alta clase porteña, que es el objeto de la imitación; tampoco en los trabajadores ni en el grueso de la clase media. El equívoco se produce a un nivel intermedio entre la clase media y la clase alta, entre una burguesía en ascenso y sectores ya desclasados de la alta sociedad.

EL MEDIO PELO Y LA NUEVA BURGUESÍA
A la sombra de esa expansión del mercado interno y el correlativo desarrollo industrial surgió una nueva promoción de ricos, distinta a la de los propietarios de la tierra. Según los cánones de la vieja clase, buscó la figuración, el prestigio y el buen tono. Pero no lo fue a buscar como los modelos propuestos lo habían hecho a París o a Londres. Creyó encontrarla en bailes de lujo, en los departamentos del Barrio Norte, en los clubes supuestamente aristocráticos y malbarató su posición burguesa a cambio de una simulada situación social. No quiso ser guaranga, como corresponde a una burguesía en ascenso, y fue tilinga, como corresponde a la imitación de una aristocracia.
Esta nueva burguesía evadió gran parte de sus recursos hacia la construcción de propiedades territoriales y cabañas que le abrieran el status de ascenso al plano social que buscaba. Fue incapaz de comprender que el sindicato era la garantía del mercado que su industria estaba abasteciendo y que todo el sistema económico que le molestaba, en cuanto significaba trabas a su libre disposición, era el que le permitía generar los bienes de que estaba disponiendo. Pero, ¿cómo iba a comprenderlo si no fue capaz de comprender que los chismes y las injurias que repetía contra los "nuevos" de la política o del gremio eran también dirigidos a su propia existencia? Así asimiló todos los prejuicios y todas las consignas de los terratenientes, que eran sus enemigos naturales, sin comprender que los chistes y las injurias también eran válidos para ella. Perdió el rumbo. Pero no se extravió como la vieja clase en los altos niveles del gran mundo internacional. Se extravió aquí nomás, entre San Isidro y La Recoleta, y no la llevaron de la mano los grandes señores de la aristocracia europea, sino unos primos pobres de la oligarquía que jugaron ante ella el papel de vieja clase.

DE BURGUESÍA A ARISTOCRACIA DEPENDIENTE
La alta clase había olvidado por completo el origen comercial de su posición y con el boom de la prosperidad, el manejo del comercio internacional se le fue de las manos, para pasar a las corporaciones extranjeras que instalaban sus sucursales en la city porteña y concentraban en manos imperiales (de Gran Bretaña en su mayor parte) la exportación, la importación, y los préstamos.
Hay un destino reservado para la alta clase, cuando los patrimonios entran en decadencia, o cuando no se está en los niveles más elevados: la Facultad de Derecho provee de abogados a las empresas de capitales extranjeros, y Directores a las Sociedades Anónimas, que son la representación local de aquellos intereses. Abogados y directores son baratos, pues reciben como un favor el que hacen; es la mentalidad del cipayo que hasta cree estar sirviendo a su país cuando sirve directores extranjeros; el sistema se perfecciona con gobernantes, jueces y maestros de la misma mentalidad.
Ser burgués disminuye, ser cipayo o vendepatria, jerarquiza. Luego esa incapacidad prendida se imputará también a la herencia hispánica, católica, indígena, etc. El país ya está realizado para quienes tienen del mismo la idea de que el país son ellos, y contemplan al resto, como desde la metrópoli contemplan al conjunto.

APARECE EL "MEDIO PELO"
Se trata del sector de la clase media más calificado intelectualmente, según las viejas medidas de nuestra cultura y ubicado en los niveles más altos de la clase. Es, como lo señalo, el que más provecho sacaba de la nueva situación, pero el más incapacitado para comprender su papel histórico por su falsa situación que lo coloca en el filo de la clase media y la burguesía, y al mismo tiempo fuera de ellas por su atribución de un status que cree superior a las mismas. Íntimamente no se siente parte de ellas.
Esta gente, por su procedencia, es de clase media, pero psicológicamente ya está disociada de la misma. En realidad, es la burguesía naciente de un país que comienza a construir su propio capitalismo. Pero la cuestión es que no quiere ser burguesía y negando el status adecuado entra en la simulación de otro que no le pertenece. No es ni "fu ni fa", ni "chicha ni limonada".
Es todo el conjunto de expresiones sociales que antes constituían el primer plano de la clase media de los barrios. Pero el barrio le va chico; además, la importancia de barrio ha perdido significado al romperse las fronteras que los separaban y diluirse en la ciudad de los domicilios identificados por piso y departamento. Ahora a nivel de estos triunfadores, el barrio los disminuye: un médico o un abogado de barrio no es más que eso, un médico o un abogado de barrio, lo que resulta negativo. Vivir en la fábrica o cerca de la fábrica quita valor al burgués entre los burgueses.
El Jefe de Relaciones Públicas o el Ejecutivo de empresas no puede ofrecer su casa si vive en Villa Urquiza o en Flores, en Barracas o la Boca. Pero aquí ya comienza el juego de los engaños que iremos viendo. Porque hay que salir del barrio para parecer "bien" ante los otros burgueses, que a su vez tienen que hacer lo mismo para aparecer bien ante éstos. Salir del barrio en Buenos Aires significa domiciliarse en el Norte, desde la Plaza San Martín a San Fernando y desde Avenida Santa Fe al río. Esto también puede obedecer a razones de comodidad y confort. De todos modos es comprensible burguesamente, porque hasta ahora es una cuestión de intereses. Y aquí estamos ya en la ficción del status cuando no obedece a las exigencias prácticas de la burguesía, sino a la necesidad inversa: la ocultación o la disimulación de la condición burguesa. Porque si en el primer caso la actitud importa la afirmación en el propio status, en el segundo importa la evasión del mismo, es decir la frustración de la clase como burguesía.
Es el caso que he referido en una nota periodística. La transcribo:
Sé que un fulano se ha gastado quince millones de pesos en un departamento en la Avenida del Libertador. Nos encontramos y le adivino la intención de informarme de su compra, como corresponde al guarango. Pero yo quiero saber si está frustrado como tal y lo madrugo diciéndole antes de que me dé la noticia:
—Estoy muy afligido por un amigo que se ha gastado más de diez millones en un departamento de la Avenida del Libertador ...
— ¿Y por que se aflige? —me pregunta inquieto.
—Y... por que la Avenida del Libertador no es "bien"...
—Pero entonces... ¿Qué es "bien"? —pregunta desesperado.
—"Bien" es de la Plaza San Martín hasta la Recoleta, desde Santa Fe al bajo. Y dentro de ese radio, "bien", muy "bien", el "codo aristocrático de Arroyo": las calles Juncal, Guido, Parera...
Le veo en la cara al hombre que está desesperado. Y entonces lo remato.
—La Avenida del Libertador es como tener un leopardo de tapicería sobre el respaldo del asiento trasero del coche...
Pienso que lo hecho es una crueldad, pero la investigación "científica" es así... cruel como la vivencia.
Yo quería saber si el hombre era un burgués con toda la barba o un tímido burguesito en camino de terminar en tilingo. El que es verdaderamente burgués sigue adelante, cumple su gusto, se realiza con la arrogancia del vencedor y compra en la Avenida del Libertador, precisamente porque es caro, porque acredita su victoria y la prestigia ante los burgueses.
Si quiere barrio, compra; y si quiere avenida y mujer distinguida, compra también. Podría citar casos que todos conocen. El que es burgués de veras no se achica; no se acomoda a los esquemas y limitaciones de los tilingos.                                                                                                                          

LA BÚSQUEDA DEL PRESTIGIO Y EL MEDIO PELO
El motor que dinamiza a la gente del "medio pelo" es la búsqueda del prestigio. El ridículo de su situación surge en el caso de que la búsqueda no tiende a la afirmación de la personalidad; nace de la simulación de situaciones falsas que obligan a ocultar la propia realidad de los componentes (en unos, la deficiente situación económica; en otros, la carencia de los elementos culturales que caracterizan el status que intentan imitar) y de la consiguiente adopción de pautas pertenecientes a otro grupo al que pretenden integrarse.

EL RACISMO DEL "MEDIO PELO"
            En el artículo que he citado reiteradamente digo: "El racismo es otra forma frecuente de la tilinguería”.  
"La tilinguería racista no es de ahora y tiene la tradición histórica de todo el liberalismo. Su padre más conocido es Sarmiento, y ese racismo está contenido implícitamente en el dilema de "civilización y barbarie". Todo lo respetable es del Norte de Europa, y lo intolerable, español o americano, mayormente si mestizo. De allí la imagen del mundo distribuido por la enseñanza y todos los medios de formación de la inteligencia que han manejado la superestructura cultural del país.
"Recuerdo que cuando cayó Frondizi, uno de los tilingos racistas me dijo, en medio de su euforia:
"—¡Por fin cayó el italiano! —Se quedó un poco perplejo cuando yo le contesté:
"—¡Sí! Lo volteó Poggi.
"Muchos estábamos enfrentados a Frondizi; pero es bueno que no nos confundan con estos otros que al margen de la realidad argentina, tan itálica en el presidente como en el general que lo volteó, sólo se guiaban por los esquemas de su tilinguería.
La verdad es que ni el presidente ni el general son italianos. Simplemente son argentinos de esta Argentina real que los liberales apuraron cortando las raíces.”
"Esa mentalidad tiene una escala de valores raciales que se identifica por los apellidos cuando son extranjeros. Arriba están los nórdicos, escandinavos, anglosajones y germánicos; después siguen los franceses; después los bearneses y los vascos; más abajo los españoles y los italianos, y al último, muy lejos, los turcos y los judíos. Cuando yo era chiquilín nunca oí nombrar a un inglés, sin decir "Don", aunque estuviera "mamao hasta las patas". El francés, a veces, ligaba el don; y en ocasiones también el vasco. Jamás el español, que era “gallego de ...”, lo mismo que el italiano "gringo de ..." ¿Para qué hablar del turco y del ruso?"

EL MAESTRO CIRUELA
             Claro está que en el rango más inferior de esta escala de valores raciales está el criollo. Pero esta escala no la ha fabricado el "medio pelo".  Está en el entresijo de la enseñanza: en nuestro libro, en nuestra Universidad, en nuestra escuela. Tan en el entresijo que ya no hace falta repetirlo, porque hay un acuerdo tácito y los descendientes de cada una de las razas ocupan su lugar en el palo del gallinero a la hora de dormir, y las que están abajo aceptan como cosa natural que las de arriba ...
Oigamos un poco esta música.
"...Se dirá sórdido como un judío, falso como un griego, sanguinario, inmoral como un argentino."
Supondrán que esto lo ha dicho una señora, de las que suelen concentrarse en la calle Austria y Santa Fe para pedir la reaparición del modelo racial que admiran.
¡No! ¡Esto es de Sarmiento! ¡El Gran Sarmiento! Está en toda su obra disimulado por los profesionales del sarmientismo.

LA GRAN PAUTA DE COMPORTAMIENTO
                No toda la gente que se ubica contra el movimiento peronista nacido en 1945 es "medio pelo"; pero todo el "medio pelo" está en esa posición, porque estar contra el peronismo convierte el signo negativo en un signo afirmativo del status que se busca.
                A través de la Unidad Democrática (oposición a Perón en 1946) la gente del "medio pelo" ha tenido por un tiempo la ilusión del mismo status con la clase alta. Necesita aferrarse a las pautas que motivaron su convivencia y el "antiperonismo" le resulta el único nexo subsistente. Con el transcurso del tiempo se convierte en el símbolo por excelencia y así el antiperonismo se convierte en la pauta de las pautas: la Gran Pauta de comportamiento y también ideológica.
                Para el pensamiento del "medio pelo" se ha reconstituido la separación entre gente principal, "parte sana y decente" de la población, y clase inferior constituida por los "negros". Creo que con esto está bien claro que Perón o Peronismo no son más que nombres ocasionales, pretextos; el antiperonismo es tan hecho social como el peronismo; mientras aquel es el nombre que tiene la integración de toda la sociedad argentina en una nueva configuración, éste expresa la resistencia a la misma. Perón o Mongo, ese es el hecho adjetivo. Lo sustantivo es lo que se acaba de decir y se repetirá respecto del hombre o del grupo social que aparezca encabezando la integración social.
                La vigencia de las pautas negativas respecto de lo popular generó a su vez reacciones defensivas que se convirtieron en pautas valorativas, tal como ocurrió con la expresión "descamisado", que terminó por ser signo positivo de afirmación. De la misma forma "oligarca" y hasta "cipayo" y "vendepatria", concluyeron siendo calificaciones aceptadas que el "medio pelo" asumió entre humorística y complacidamente, ya que se confirmaban las dos segundas con sus pautas ideológicas, y la primera con la pauta de comportamiento.
               Así el término "grasa" también adquirió un sentido reivindicatorio, por oposición al adversario, y ser "grasa" se hizo necesario en el dirigente político y gremial del peronismo, a pesar del contraste con el ascenso económico y particular del dirigente, a pesar del reloj-pulsera, inevitablemente de oro, y la cómoda casita.
              Recuerdo un episodio que me ocurrió en una reunión en Remedios de Escalada. Se discutía una posición del movimiento peronista, y dos de mis oponentes para debilitar mis proposiciones invocaban constantemente su condición de "grasas", colocándome en el debate, como si yo fuera "sapo de otro pozo". Se trataba de dos ferroviarios y les advertí que en primer término, en el movimiento peronista ya no había "grasas" (calificación correspondiente a la etapa anterior al ascenso de peones a obreros). Los concurrentes allí eran obreros y no "grasas" y ese ascenso era el significado social del movimiento peronista, agregando que si aceptábamos que los obreros eran "grasas" y no trabajadores, lo único que estaríamos afirmando es que en vez de un ascenso social habrían desarrollado un descenso.
               Más tratándose de ferroviarios, que nunca habían sido "grasas" sino un sector privilegiado dentro de los trabajadores argentinos. Casi afirmaría, agregué, y sin conocerlos, que ustedes dos tienen casa propia y están en riesgo de ser calificados como "oligarcas" en un planteo como el que traen. Se trata de una petición de mala fe y exijo que los compañeros presentes se pronuncien al respecto. Se pronunciaron y los dos supuestos "grasas" se llamaron a silencio.

lunes, 4 de noviembre de 2019

Políticas Públicas y DD.HH. "Pensar la Dictadura"


“PENSAR LA DICTADURA”

¿QUÉ PASÓ EL 24 DE MARZO DE 1976?
El 24 de marzo de 1976 las Fuerzas Armadas protagonizaron en la Argentina un nuevo golpe de Estado. Interrumpieron el mandato constitucional de la entonces presidenta María Estela Martínez de Perón, quien había asumido en 1974 después del fallecimiento de Juan Domingo Perón, con quien en 1973 había compartido la fórmula en calidad de vicepresidenta. El gobierno de facto, constituido como Junta Militar, estaba formado por los comandantes de las tres armas: el general Jorge Rafael Videla (Ejército), el almirante Emilio Eduardo Massera (Marina) y el brigadier Orlando Ramón Agosti (Aeronáutica).
La Junta Militar se erigió como la máxima autoridad del Estado atribuyéndose la capacidad de fijar las directivas generales del gobierno, y designar y reemplazar a la Presidenta y a todos los otros funcionarios. La madrugada del 24, la Junta Militar en una Proclama difundida a todo el país afirmó que asumía la conducción del Estado como parte de «una decisión por la Patria», «en cumplimiento de una obligación irrenunciable », buscando la «recuperación del ser nacional» y convocando al conjunto de la ciudadanía a ser parte de esta nueva etapa en la que había «un puesto de luchapara cada ciudadano». El mismo miércoles 24, la Junta tomó las siguientes medidas: instaló el Estado de sitio; consideró objetivos militares a todos los lugares de trabajo y producción; removió los poderes ejecutivos y legislativos, nacionales y provinciales; cesó en sus funciones a todas las autoridades federales y provinciales como así también a las municipales y las Cortes de Justicia nacionales y provinciales; declaró en comisión a todos los jueces; suspendió la actividad de los partidos políticos; intervino los sindicatos y las confederaciones obreras y empresarias; prohibió el derecho de huelga; anuló las convenciones colectivas de trabajo; instaló la pena de muerte para delitos de orden público e impuso una férrea censura de prensa, entre otras tantas medidas. Asimismo, para garantizar el ejercicio conjunto del poder, las tres armas se repartieron para cada una el 33% del control de las distintas jurisdicciones e instituciones estatales (gobernaciones de provincias, intendencias municipales, ministerios, canales de TV y radios). El país fue dividido en Zonas, Subzonas y Áreas en coincidencia con los comandos del Cuerpo del Ejército, lo que implicó la organización y división de la responsabilidad en la tarea represiva sobre aquello que denominaron «el accionar subversivo».
Amplios sectores sociales recibieron el golpe militar en forma pasiva, otros lo apoyaron, otros lo impugnaron y unos pocos lo resistieron. Era una nueva interrupción del marco constitucional –la sexta desde el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen en 1930– que, una vez más, prometía dejar atrás el «caos» imperante y retornar al siempre enunciado y anhelado «orden».
En esta oportunidad, la búsqueda de «orden» supuso comenzar a instrumentar un feroz disciplinamiento, en un contexto caracterizado por la creciente movilización social y política. La sociedad fue reorganizada en su conjunto, en el plano político, económico, social y cultural. La dictadura se propuso eliminar cualquier oposición a su proyecto refundacional, aniquilar toda acción que intentara disputar el poder. El método fue hacer «desaparecer» las fuentes de los conflictos.
Desde el punto de vista de los jefes militares, de los grupos económicos y de los civiles que los apoyaban, el origen de los conflictos sociales en Argentina y de la inestabilidad política imperante luego de 1955, estaba relacionado con el desarrollo de la industrialización y la modernización en sentido amplio. Estos sectores afirmaban que se trataba de un modelo sostenido artificialmente por la intervención del Estado. Entendían que esto motivaba un exagerado crecimiento del aparato estatal y el fortalecimiento de un movimiento obrero organizado, dispuesto y capaz de defender sus derechos e intereses por diversas vías. En la Conferencia Monetaria Internacional de México, realizada en mayo de 1977, el Ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, dijo que el cambio de gobierno constituía «la transformación de la estructura política y económicasocial que el país tuvo durante casi 30 años».
Desde esa perspectiva para sentar las bases del nuevo modelo «era necesario modificar las estructuras de la economía argentina. El cambio propuesto era muy profundo; no bastaba con un simple proceso de ordenamiento, sino que había que transformar normas y marcos institucionales, administrativos y empresariales; políticas, métodos, hábitos y hasta la misma mentalidad », según escribió Martínez de Hoz en las «Bases para una Argentina moderna: 1976-80». Para alcanzar este objetivo la dictadura ejerció dos tipos de violencia sistemática y generalizada: la violencia del Estado y la violencia del mercado.

¿QUÉ FUE EL TERRORISMO DE ESTADO?
Entre 1930 y 1983 la Argentina sufrió seis golpes de Estado. Sin embargo, la expresión «terrorismo de Estado» sólo se utiliza para hacer referencia al último de ellos. La violencia política ejercida desde el Estado contra todo actor que fuera considerado una amenaza o desafiara al poder fue una característica recurrente en la historia argentina. Hay muchos ejemplos de esto: la represión contra los obreros en huelga en la Semana Trágica (1919) y en las huelgas de la Patagonia (1921); los fusilamientos de José León Suárez relatados por Rodolfo Walsh en su libro Operación Masacre (1956); la Noche de los Bastones Largos durante la dictadura de Juan Carlos Onganía (1966) y la Masacre de Trelew (1972), entre tantos otros.
Estos episodios pueden ser evocados como antecedentes de la violencia política ejercida desde el Estado contra sus «enemigos» (aún cuando los primeros: la Semana Trágica y las huelgas patagónicas, acontecieron en el marco de un Estado democrático). En ese sentido están ligados a la última dictadura, sin embargo, el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional implicó un «salto cualitativo» con respecto a los casos citados porque la dictadura de 1976 hizo uso de un particular ejercicio de la violencia política: la diseminación del terror en todo el cuerpo social.
Lo que singularizó a la dictadura de 1976 fue algo que ninguno de los regímenes previos practicó: la desaparición sistemática de personas. Esto es: ciudadanos que resultaron víctimas de secuestros, torturas y muertes en centros clandestinos de detención desplegados a lo largo de todo el país, cuyos cuerpos nunca fueron entregados a sus deudos. La dictadura pretendió borrar el nombre y la historia de sus víctimas, privando a sus familiares y también a toda la comunidad política, de la posibilidad de hacer un duelo frente a la pérdida. ¿Cuáles fueron las notas distintivas del terrorismo de Estado? ¿Por qué esta expresión da cuenta de lo específico de la última dictadura? ¿Qué fue lo que permitió afirmar que se trataba de un acontecimiento novedoso en la larga historia de violencias políticas de la Argentina? Vamos a detenernos en algunos de sus rasgos característicos.
En primer lugar, lo propio del terrorismo de Estado fue el uso de la violencia política puesta al servicio de la eliminación de los adversarios políticos y del amedrentamiento de toda la población a través de diversos mecanismos represivos. Miles de personas encarceladas y otras tantas forzadas al exilio, persecución, prohibiciones, censura, vigilancia. Y fundamentalmente, la puesta en marcha de los centros clandestinos de detención. Según explica Pilar Calveiro en su libro Poder y desaparición se trató de una cruel «pedagogía » que tenía a toda la sociedad como destinataria de un único mensaje: el miedo, la parálisis y la ruptura del lazo social.
En segundo lugar, el terror se utilizó como instrumento de disciplinamiento social y político de manera constante, no de manera aislada o excepcional. La violencia, ejercida desde el Estado, se convirtió en práctica recurrente, a tal punto que constituyó la «regla» de dominación política y social. Se trató, entonces, de una política de terror sistemático.
En tercer lugar, ese terror sistemático se ejerció con el agravante de ser efectuado por fuera de todo marco legal –más allá de la ficción legal creada por la dictadura para justificar su accionar. Es decir, la violencia política ejercida contra quienes eran identificados como los enemigos del régimen operó de manera clandestina. De modo que la dictadura no sólo puso en suspenso los derechos y garantías constitucionales, y a la Constitución misma, sino que decidió instrumentar un plan represivo al margen de la ley, desatendiendo los principios legales que instituyen a los estados modernos para el uso de la fuerza. Se violaron así las normas para el uso legítimo de la violencia y el Estado se transformó en el principal agresor de la sociedad civil, la cual es, en definitiva, la que legitima el monopolio de la violencia como atributo de los estados modernos.
••En cuarto lugar, el terrorismo de Estado que se implantó en la década del setenta en Argentina deshumanizó al «enemigo político», le sustrajo su dignidad personal y lo identificó con alguna forma del mal. Una de las características fundamentales de la dictadura argentina consistió en criminalizar al enemigo a niveles hiperbólicos: la figura del desaparecido supuso borrar por completo toda huella que implicara alguna forma de transmisión de un legado que se caracterizara como peligroso. La sustracción de bebés también puede ser pensada como una consecuencia de esta forma extrema de negarle dignidad humana al enemigo político.
Es decir que una característica distintiva del Estado terrorista fue la desaparición sistemática de personas. El Estado terrorista no se limitó a eliminar físicamente a su enemigo político sino que, a la vez, pretendió sustraerle todo rasgo de humanidad, adueñándose de la vida de las víctimas y borrando todos los signos que dieran cuenta de ella: su nombre, su historia y su propia muerte.
••En quinto lugar, el uso del terror durante la última dictadura tuvo otra característica definitoria: dispuso de los complejos y altamente sofisticados recursos del Estado moderno para ocasionar asesinatos masivos, de mucho mayor alcance que aquellos que podían cometer los estados del siglo XIX.
••Por último, el Estado terrorista, mediante la internalización del terror, resquebrajó los lazos sociales y distintos grupos, sectores sociales, formas de pertenencia y prácticas culturales comunes, fueron desgarradas: ser joven, obrero, estudiante, pertenecer a un gremio, representar a un grupo, fueron actividades «sospechosas» frente al Estado. Si defender y compartir ideas junto a terceros con objetivos en común implicaba la desaparición, la pauta que comenzó a dominar en las prácticas sociales más básicas fue la de un individualismo exacerbado que continuó manifestándose más allá del 10 de diciembre de 1983; y que a su vez permitió el avance en la destrucción de conquistas sociales fundamentales a lo largo de las décadas del ochenta y del noventa.
En estas seis características podemos resumir algunos rasgos definitorios del terrorismo de Estado, un régimen que se inscribe en la compleja historia política de la Argentina y que, al mismo tiempo, parece no tener antecedentes en esa misma historia.


¿QUÉ ES LA FIGURA DEL DESAPARECIDO?
En 1979, en una entrevista periodística, el dictador Jorge Rafael Videla dijo una frase que con el tiempo se volvió tristemente célebre: «Le diré que frente al desaparecido en tanto este como tal, es una incógnita, mientras sea desaparecido no puede tener tratamiento especial, porque no tiene entidad. No está muerto ni vivo… Está desaparecido»2. La palabra «desaparecido», tanto en Argentina como en el exterior, se asocia directamente con la dictadura de 1976, ya que el terror estatal tuvo como uno de sus principales mecanismos la desaparición sistemática de personas.
El término «desaparecido» hace referencia, en primer lugar, a aquellas personas que fueron víctimas del dispositivo del terror estatal, que fueron secuestradas, torturadas y, finalmente, asesinadas por razones políticas y cuyos cuerpos nunca fueron entregados a sus deudos y, en su gran mayoría, todavía permanecen desaparecidos.
Otras dictaduras de Latinoamérica y el mundo también secuestraron, torturaron y asesinaron por razones políticas, pero no todas ellas produjeron un dispositivo como la desaparición de personas y el borramiento de las huellas del crimen. Lo específico del terrorismo estatal argentino residió en que la secuencia sistematizada que consistía en secuestrar-torturar-asesinar se apoyaba sobre una matriz cuya finalidad era la sustracción de la identidad de la víctima. Como la identidad de una persona es lo que define su humanidad, se puede afirmar que la consecuencia radical que tuvo el terrorismo de Estado a través de los centros clandestinos de detención fue la sustracción de la identidad de los detenidos, es decir, de aquello que los definía como humanos. Para llevar adelante esta sustracción, el terrorismo de Estado implementó en los campos de concentración una metodología específica que consistía en disociar a las personas de sus rasgos identitarios (se las encapuchaba y se les asignaba un número en lugar de su nombre); mantenerlas incomunicadas; sustraerles a sus hijos bajo la idea extrema de que era necesario interrumpir la transmisión de las identidades y, por último, adueñarse hasta de sus propias muertes.
Los captores no sólo se apropiaban de la decisión de acabar con la vida de los cautivos sino que, al privarlos de la posibilidad del entierro, los estaban privando de la posibilidad de inscribir la muerte dentro de una historia más global que incluyera la historia misma de la persona asesinada, la de sus familiares y la de la comunidad a la que pertenecía. Por esta última razón, podemos decir que la figura del desaparecido encierra la pretensión más radical de la última dictadura: adueñarse de la vida de las personas a partir de la sustracción de sus muertes.
Por eso, cada acto de los cautivos tendientes a restablecer su propia identidad y a vincularse con los otros en situación de encierro resultó una resistencia fundamental a la política de desaparición. Lo mismo ocurre cada vez que se localiza a un niño apropiado, hoy adulto, y cada vez que se restituye la identidad y la historia de un desaparecido. El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) se destacó desde muy temprano en la búsqueda e identificación de los cuerpos de los desaparecidos que fueron enterrados como NN. El Equipo Argentino de Antropología Forense posee un banco de datos que, en este momento, articulado con el Estado nacional, continúa permitiendo el encuentro entre los familiares y los cuerpos de las víctimas.
Estas, son formas de incorporar a los desaparecidos a la vida y a la historia de la comunidad, son modos de torcer ese destino que, según las palabras de Videla, era sólo una «incógnita».


¿QUÉ FUE LA APROPIACIÓN SISTEMÁTICA DE MENORES?
El ejercicio sistemático del terror –caracterizado por la desaparición de personas y la existencia de centros clandestinos de detención– desplegó otro mecanismo siniestro: la apropiación de menores. Los responsables del terrorismo de Estado consideraban que para completar la desaparición de la forma ideológica que pretendían exterminar era necesario evitar que ésta se transmitiera a través del vínculo familiar. Por eso, se apropiaron de los hijos y las hijas de muchos de los desaparecidos. Como dicen las Abuelas de Plaza de Mayo en su página web el objetivo era que los niños «no sintieran ni pensaran como sus padres, sino como sus enemigos».
El procedimiento de apropiación de niños y niñas se llevó a cabo de diferentes maneras. Algunos fueron secuestrados junto a sus padres y otros nacieron durante el cautiverio de sus madres que fueron secuestradas estando embarazadas. Muchas mujeres dieron a luz en maternidades de modo clandestino y fueron separadas de sus hijos cuando éstos apenas habían nacido. La cantidad de secuestros de jóvenes embarazadas y de niños y niñas, el funcionamiento de maternidades clandestinas (Campo de Mayo, Escuela de Mecánica de la Armada, Pozo de Bánfield y otros), las declaraciones de testigos de los nacimientos y de los mismos militares demuestran que existía un plan preconcebido.
Es decir: además del plan sistemático de desaparición de personas, existió un plan sistemático de sustracción de la identidad de los niños. Los niños y las niñas robados como «botín de guerra» tuvieron diversos destinos: fueron inscriptos como propios por los miembros de las fuerzas de represión; vendidos; abandonados en institutos como seres sin nombre; o dados en adopción fraguando la legalidad, con la complicidad de jueces y funcionarios públicos. De esa manera, al anular sus orígenes los hicieron desaparecer, privándolos de vivir con su legítima familia, de todos sus derechos y de su libertad. Sólo unos pocos fueron entregados a sus familias.
«La desaparición y el robo condujeron a una ruptura del sistema humano de filiación y se produjo una fractura de vínculos y de memoria», explica Alicia Lo Giúdici, psicóloga de Abuelas de Plaza de Mayo. Para reparar esa fractura surgió la Asociación Civil Abuelas de Plaza de Mayo, organización no gubernamental que tiene como finalidad localizar y restituir a sus legítimas familias a todos los niños apropiados por la represión política, como también crear las condiciones para que nunca más se repita «tan terrible violación de los derechos de los niños exigiendo que se haga justicia».
En todos sus años de lucha, las Abuelas encontraron a varios de esos nietos desaparecidos y pudieron generar conocimiento sobre el proceso de restitución del origen familiar. Así lo explican en su página web: «Las vivencias individuales de los hijos de desaparecidos, ya jóvenes, que descubren la verdad sobre sus historias personales y familiares son diversas y hasta opuestas. Existen, sin embargo, algunos factores comunes. Todos descubren, en primer lugar, un ocultamiento. En segundo lugar, esas historias están ligadas trágicamente a la historia de la sociedad en la que viven
(…) La restitución tiene un carácter liberador, descubre lo oculto, y restablece el “orden de legalidad familiar”.
La restitución descubre la eficacia del reencuentro con el origen, reintegra al joven en su propia historia, y le devuelve a la sociedad toda la justicia que radica en la verdad».
En la actualidad, aun después de más de 30 años, esta búsqueda continúa. Fueron encontrados más de cien niños desaparecidos (hoy adultos) pero todavía, se estima, faltan más de 400.


¿QUÉ FUERON LOS CENTROS CLANDESTINOS DE DETENCIÓN?
Durante los primeros años de la dictadura las Fuerzas Armadas organizaron el territorio nacional en Zonas, Subzonas y Áreas de control con el objetivo de exterminar a los «subversivos». Allí funcionaron los centros clandestinos de detención y exterminio4. Se trataba de instalaciones secretas, ilegales, a donde eran llevados y recluidos los detenidos-desaparecidos.
Los centros clandestinos de detención fueron instalados en dependencias militares y policiales, como así también en escuelas, tribunales, fábricas, etc. Durante los años del terrorismo de Estado el eje de la actividad represiva dejó de centrarse en la detención y el encierro en las cárceles –aunque esto seguía existiendo– para pasar a estructurarse en torno al sistema de desaparición de personas en los distintos centros clandestinos.
Todo el escalafón militar estaba comprometido con la operación represiva de los centros clandestinos, desde las «patotas» que se dedicaban a los secuestros, los llamados «Grupos de Tareas» –en su mayoría, integradas por militares de baja graduación– hasta los encargados de la tortura y los que tenían la más alta autoridad en cada una de las armas.
El funcionamiento de los centros clandestinos tenía su propia rutina. Las víctimas eran secuestradas en plena vía pública, en sus casas o en sus lugares de trabajo. Antes de ingresar a los centros no pasaban por ninguna forma previa de proceso policial o judicial.
Una vez adentro eran sometidas a condiciones extremas de detención: aislamiento, malos tratos, escasos alimentos, poca agua, mínima higiene. La tortura fue el principal método represivo utilizado para obtener información sobre la vida y las actividades de los prisioneros o los conocidos de éstos. Funcionó también como un primer mecanismo de deshumanización que permitió la administración de los detenidos en los campos de concentración. Muchos de los detenidos permanecieron en esta situación durante meses e, incluso, años hasta su traslado definitivo. Ese «traslado» no era más que un eufemismo porque, en general, significaba la muerte. Las estimaciones oficiales de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) arrojan actualmente la cifra total, provisoria, de 550 centros clandestinos. Algunos centros habían sido creados antes del golpe. En su mayoría estuvieron concentrados en el centro del país. Uno de los más conocidos fue la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), ubicado en la Capital Federal, sobre la Av. Libertador, en un barrio residencial, poblado y con circulación frecuente de personas. Su máximo responsable era el almirante Emilio Massera. Allí tuvieron lugar algunos de los hechos más aberrantes de la represión.
Hoy, más de treinta años después, este centro fue transformado en Museo de la Memoria. La pregunta quizás más inquietante que surge al conocer las historias de vida de quienes pasaron por la experiencia concentracionaria es cómo fue posible la existencia de este sistema represivo de desaparición forzada de personas. Es decir: cómo fue posible que la sociedad argentina haya producido y albergado campos de concentración en su propio seno.
Según explica Pilar Calveiro el campo estaba perfectamente instalado en el centro de la sociedad, se nutría de ella y se derramaba sobre ella. En su libro Poder y desaparición escribió: «Los campos de concentración eran secretos y las inhumaciones de cadáveres NN en los cementerios, también. Sin embargo, para que funcionara el dispositivo desaparecedor debían ser “secretos a voces”; era preciso que se supiera para diseminar el terror. La nube de silencio ocultaba los nombres, las razones específicas, pero todos sabían que se llevaban a los que “andaban en algo”, que las personas “desaparecían”, que los coches que iban con gente armada pertenecían a las fuerzas de seguridad, que los que se llevaban no volvían a aparecer, que existían campos de concentración.
En suma, un secreto con publicidad incluida; mensajes contradictorios y ambivalentes. Secretos que se deben saber, lo que es preciso decir como si no se dijera, pero que todos conocen».
El sistema de centros clandestinos, entonces, disciplinaba al resto de la sociedad, infundiendo temor y obediencia frente a lo que se intuía como un poder de dimensiones desconocidas y omnímodas. Se sabía que algo sucedía o, al menos, había indicios para saberlo, pero la mayoría no sabía exactamente qué era eso que sucedía y otros decidieron directamente no saber como un mecanismo de defensa. Sin cuerpos no hay pruebas, sin pruebas no hay delito, como tantas veces dijeron los militares mismos. La desaparición instalaba en la sociedad una incertidumbre y, sobre todo, un gran temor a lo desconocido y amenazante: ¿qué había pasado con el vecino, el compañero de trabajo, el amigo, el hermano, el hijo?, ¿dónde estaban?, ¿estaban vivos?, ¿estaban muertos?
Ese efecto era suficiente para imponer una cultura cotidiana del miedo y de la desconfianza («por algo será» o «algo habrá hecho»), del silencio («el silencio es salud») y del autoencierro. Tal vez, un buen ejemplo de esa sospecha y ese miedo difundidos en toda la sociedad sea aquella famosa publicidad del período dictatorial cuyo slogan decía: «¿Sabe usted dónde está su hijo ahora?». La sociedad era controlada y todos se controlaban entre sí. La sociedad se patrullaba a sí misma.