martes, 23 de abril de 2019

La Edad Antigua y la Edad Media en Europa


EDAD ANTIGUA 3000 a.C. – 476 d.C.

Grecia: habitantes y ciudadanos
La sociedad de Atenas (ciudad principal de Grecia) estaba formada por distintos grupos: latifundistas, artesanos, comerciantes, campesinos y esclavos. No todos tenían los mismos derechos. Los latifundistas, dueños de las tierras, eran ciudadanos, hombres libres que habían nacido en Atenas, de padre y madre atenienses. Tenían derecho de ciudadanía y, por lo tanto, podían intervenir en el gobierno de la polis. Las mujeres no tenían derechos políticos.
Los hombres libres no ciudadanos, llamados metecos, eran los extranjeros que vivían y tenían sus negocios en Atenas. Se dedicaban al comercio y a la artesanía. Aunque pagaban impuestos y formaban parte del ejército y de la armada, no eran considerados ciudadanos: no podían votar ni ser elegidos gobernantes.
Los esclavos eran hombres y mujeres sometidos a un dueño. No se los consideraba como personas, sino como “instrumentos”. Trabajaban duramente en las minas, en las canteras o en el campo. También trabajaban, como esclavos domésticos, en las casas de los más ricos y poderosos. En el siglo V a.C., había cerca de 200.000 esclavos.

La Democracia en Grecia
Desde hace 1.500 años, los atenienses establecieron una forma de gobierno llamada democracia (demos = “pueblo” y cracia = “gobierno”, o sea “gobierno del pueblo”). Esta forma de gobierno ha llegado hasta nuestros días. En la actualidad, la mayoría de los países del mundo, también el nuestro, la practican, aunque no de la misma forma que los griegos. Pero es necesario reconocer que tiene sus orígenes en la antigua Atenas.


Ubicación de las Ciudades-Estado Griegas al sureste de Europa




Roma, sociedad y gobierno
La ciudad de Roma fue fundada en el siglo VIII a.C. Al principio, era una pequeña aldea de chozas de barro que se fue extendiendo por las colinas y los valles que la rodeaban. Hacia el siglo VI a.C., las casas ya eran de piedra y la ciudad se organizó en torno del foro, la plaza pública, centro de la vida cívica. Su gobierno era una Monarquía.
La comunidad estaba formada por un conjunto de familias, cada una de las cuales vivía en su propia casa. Además, distintas familias formaban grupos llamados gens. Las personas que formaban cada gens no estaban unidas por lazos de parentesco sanguíneo, sino por un vínculo cultural: reconocían un antepasado común al que le rendían culto. Estas familias poderosas formaban un grupo diferente del resto de la sociedad: los patricios (del vocablo latín patres, que designaba al miembro fundador de una gens). Los patricios controlaban las mejores tierras y consideraban que tenían derechos otorgados por el nacimiento. Durante los primeros siglos de la historia de Roma formaron un grupo cerrado y poderoso que controló las instituciones de gobierno.
A medida que la ciudad fue creciendo, la mayoría de los habitantes quedó excluida del grupo de los patricios. A las gens pertenecían otras personas o grupos de origen extranjero: los clientes. Estos estaban sometidos al poder y a la protección del jefe familiar, a quien le debían trabajo y obediencia.
Fuera de las gens existía un amplio grupo de personas, los plebeyos, a los que se llamaba multitud porque eran muy numerosos. Los plebeyos se encontraban en un plano de inferioridad política y económica frente a los patricios. Entre la plebe también existían diferencias: los artesanos y los comerciantes estaban en mejor situación que los campesinos.
En el siglo VI a.C., las familias más poderosas se rebelaron y cambiaron la forma de gobierno: la monarquía fue sustituida por la República, gobernada por dos cónsules y un Senado integrado por patricios. Los plebeyos debieron luchar por la participación política, la igualdad de derechos y la obtención de tierras. Después de sucesivos conflictos, lograron acceder al cargo de cónsul y obtuvieron la creación del cargo de tribuno de la plebe, que era elegido anualmente por una asamblea de plebeyos.
Recién en el siglo III a.C., la lucha entre patricios y plebeyos había terminado. Por entonces, Roma se había convertido en la dueña de toda Italia y comenzó su expansión territorial fuera de la península. Esta expansión, que no se detuvo hasta el siglo III d.C., transformó la sociedad romana.
Para expandirse necesitaron las acciones de los ejércitos imperiales, llamados legiones, necesarios para sostener los pueblos que conquistaron. Para gobernar tan vastas regiones se organizó un Imperio. Para el siglo II d.C., el Imperio comenzó a mostrar síntomas de desintegración política: se debilitó la figura del Emperador y la de Roma como capital del Imperio, mientras que las provincias adquirieron mayor autonomía. Las fronteras del inmenso territorio imperial comenzaron a sufrir invasiones de los pueblos germánicos que las fortificaciones controladas por las legiones romanas no pudieron resitir. En diferentes momentos y lugares, ejércitos integrados por pueblos germanos cruzaron las fronteras, saquearon y ocuparon los territorios de las provincias.
Estos pueblos invasores fueron llamados “bárbaros” que significaba “extranjeros”. Roma entró en crisis durante el siglo IV d.C., y el proceso de disolución del Imperio Romano se aceleró. Junto con la difusión de una nueva religión (el Cristianismo), la invasión de los pueblos bárbaros y la inseguridad de las comunicaciones contribuyeron a la disolución definitiva del imperio. A partir de ese momento Europa comenzó a transformarse. Las características principales de esa transformación se manifestaron en los desplazamientos de gran parte de la población (que se trasladó a las zonas rurales) y en el fin del Imperio Romano en el año 476 d.C.

La sociedad romana: el sistema esclavista
Durante el siglo III a.C. fueron surgiendo grandes propiedades llamadas latifundios. Se formaron a medida que los ricos incorporaban a sus propiedades las parcelas vecinas, pertenecientes a los campesinos más pobres, por medio de la compra o arrebatándoselas por la fuerza. Para trabajar los campos, cuidar el ganado y realizar las tareas domésticas, adquirieron esclavos, en su mayoría prisioneros de guerra. De este modo, Italia pronto se pobló de esclavos.
En Roma, como antes había ocurrido en Atenas, los esclavos carecían de todo tipo de derechos y podían ser vendidos o comprados como cualquier otra mercadería. Su condición era hereditaria, es decir, los hijos de los esclavos nacían esclavos y eran propiedad del amo de sus padres.
Los esclavos se vendían en plazas, sobre tablados giratorios. En el cuello llevaban colgado un cartel con todas las características que podían interesarle al comprador: nacionalidad, edad, cualidades y defectos.
Ejecutaban todo el trabajo pesado, ya fuera en las minas o en el campo. Algunos, los más afortunados, podían dedicarse a administrar las propiedades rurales o los negocios de sus amos, al trabajo doméstico, o a la educación de los hijos de los patricios y de los plebeyos enriquecidos.
En Roma, a diferencia de lo ocurrido en Grecia, los esclavos no se resignaron a su situación. En varias ocasiones organizaron grandes rebeliones. La más importante de todas fue la que condujo Espartaco, un esclavo guerrero. Finalmente la rebelión fue sofocada a un terrible precio: 60.000 esclavos, incluido Espartaco, murieron en
la lucha, mientras 6.000 fueron tomados prisioneros y crucificados.




Los territorios ocupados por el Imperio Romano fueron invadidos por diferentes pueblos denominados “bárbaros” durante todo el siglo V. Esos pueblos dieron lugar a diferentes reinos cristianos que tuvieron un desarrollo independiente durante en la Edad Media. Sobre esos reinos se conformaron  las bases de los Estados modernos europeos como Italia, Francia, España, Portugal, Inglaterra, Alemania, entre otros. Además la parte oriental (en la actual Grecia y Turquía) quedó conformando el Imperio Bizantino durante toda la Edad Media, hasta su caída en manos del Imperio Turco.




EDAD MEDIA 476 – 1553 d.C.

Una nueva sociedad en la Europa medieval
Las nuevas sociedades eran gobernadas por los jefes de tribus germanas que invadieron el Imperio Romano, bajo una monarquía hereditaria. Según sus tradiciones, se establecieron relaciones de dependencia y fidelidad personal entre los miembros de la sociedad, desde los más ricos a los más pobres. Los pueblos germanos también impusieron sus leyes aunque respetaron muchas de las formas de vida de los romanos. El latín se transformó en el idioma oficial de los nuevos reinos, aunque poco a poco fue mezclándose con las lenguas que hablaban en diferentes regiones.
La religión también fue un aporte cultural de los pueblos conquistados. En su mayoría, los pueblos conquistados se convirtieron al cristianismo. En los nuevos reinos, la Iglesia incrementó su poder y era común que los reyes germanos buscaran el consejo de monjes, obispos y sacerdotes.
En el ámbito económico, la agricultura se transformó en la actividad más importante. Se desarrollaba en grandes latifundios y el cultivo estaba a cargo de siervos y algunos esclavos. La decadencia que venían sufriendo las ciudades y el comercio desde los últimos tiempos del Imperio, la escasez y carestía de alimentos y la inseguridad reinante provocaron la ruralización de la vida y la economía en Europa occidental. Esto significa que los habitantes abandonaron las ciudades y buscaron refugio y protección en las grandes explotaciones agrarias en el mundo rural. Así, pequeñas comunidades de antiguos esclavos, bajo la protección de un gran propietario y agrupados en pequeñas aldeas, sobrevivían miserablemente del trabajo agrícola y el cuidado de los animales.
La sociedad que se origina en Europa durante la Edad Media tiene características especiales que la diferencian de las sociedades anteriores. Para identificarla se la llamó sociedad feudal.

Una sociedad jerarquizada
En la sociedad feudal existían jerarquías muy marcadas y una gran desigualdad. Una extensa y empobrecida capa de campesinos sostenía con los productos de su trabajo tanto a los señores de la nobleza (condes, marqueses, duques) como a los religiosos (obispos y sacerdotes).
Los señores conformaban la aristocracia feudal que descendía de los jefes germánicos, de los grandes terratenientes romanos y de guerreros que habían logrado fortuna y poder desempeñándose como funcionarios imperiales. Gozaban de numerosos privilegios: no realizaban trabajos pesados, impartían justicia, no pagaban impuestos y podían utilizar armas. Por eso constituían el grupo más poderoso de la sociedad. Su poder derivaba fundamentalmente del dominio casi absoluto que ejercían sobre los campesinos y de los ejércitos que organizaban.
Los miembros de la Iglesia estaban integrados al sistema feudal. La nobleza eclesiástica, formada por obispos y sacerdotes, poseía inmensos feudos (porciones de tierra) concedidos por los reyes a cambio de jurarles su fidelidad. Al igual que la aristocracia feudal, de la que formaban parte, vivían de los impuestos que pagaban los campesinos.
La Iglesia ayudó a justificar el feudalismo, porque sostenía que el mundo estaba organizado como un orden en el cual cada sector social debía cumplir la función que Dios le había asignado. Este orden, denominado más tarde cristiano y feudal por ser considerado de origen divino, no podía ser cuestionado ni modificado por el hombre. La Iglesia también ayudó a preservar muchos elementos de la cultura romana. Defendió y difundió la lengua latina, y conservó y copió los libros de autores antiguos.
Los campesinos, que eran la inmensa mayoría de la población, no tenían privilegios. Los hijos de campesinos eran campesinos de un señor feudal durante toda su vida y se los transmitían a sus hijos. Era el nacimiento y no la riqueza lo determinaba a qué grupo social se pertenecía. Era muy difícil cambiar la ubicación en la pirámide social, es decir que en esta sociedad no existía la movilidad social.

El Imperio Bizantino
En la región que antiguamente se dominaba Grecia y que luego fue conquistada por los romanos, se desarrolló el Imperio Bizantino luego de la caída de Roma entre los años 476 y 1453. Los gobernantes de este Imperio recuperaron la cultura y el idioma griegos, que habían decaído luego con la conquista romana, y organizaron una monarquía. Este imperio fue una potencia comercial que tuvo su caída a partir de la conquista de su capital (Bizancio) por parte del emperador turco Solimán, que la denominó Estambul y hasta el día de hoy forma parte de Turquía. Este suceso marca el final de la Edad Media y el comienzo de la Edad Moderna.